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Oficio de lectura – sabado 6 julio 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno

Señor, tú que llamaste
del fondo del no ser todos los seres,
prodigios del cincel de tu palabra,
imágenes de ti resplandecientes.

Señor, tú que creaste
la bella nave azul en que navegan
los hijos de los hombres, entre espacios
repletos de misterio y luz de estrellas.

Señor, tú que nos diste
la inmensa dignidad de ser tus hijos,
no dejes que el pecado y que la muerte
destruyan en el hombre el ser divino.

Señor, tú que salvaste
al hombre de caer en el vacío,
recréanos de nuevo en tu Palabra
y llámanos de nuevo al paraíso.

Oh Padre, tú que enviaste
al mundo de los hombres a tu Hijo,
no dejes que se apague en nuestras almas
la luz esplendorosa de tu Espíritu. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Quien se haga pequeño como un niño, ése
es el más grande en el reino de los cielos.

– Salmo 130-

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Quien se haga pequeño como un niño, ése
es el más grande en el reino de los cielos.

Ant. 2 Dios mío, con alegre y sincero corazón te lo
he entregado todo.

Salmo 131
–I–

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

«No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob.»

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles te aclamen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Dios mío, con alegre y sincero corazón te lo
he entregado todo.

Ant. 3 El Señor ha jurado a David una promesa:
«Tu reino permanecerá eternamente.»

Salmo 131–II–

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
«a uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandamientos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono.»

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Esta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan;
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 El Señor ha jurado a David una promesa:
«Tu reino permanecerá eternamente.»

VERSÍCULO

V. Venid a ver las obras del Señor.
R. Las maravillas que hace en la tierra.

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías
59, 1-14

Mira, la mano del Señor no es tan corta que no pueda
salvar, ni es tan duro de oído que no pueda oír. Son
vuestras culpas las que crean separación entre vosotros
y vuestro Dios; son vuestros pecados los que tapan su
rostro, para que no os oiga.

Pues vuestras manos están manchadas de sangre;
vuestros dedos, de crímenes; vuestros labios dicen men-
tiras; vuestras lenguas murmuran maldades. No hay
quien invoque la justicia, ni quien pleitee con sinceridad;
se apoyan en la mentira, afirman la falsedad, conciben
el crimen y dan a luz la maldad.

Incuban huevos de serpiente y tejen telas de araña;
quien come esos huevos muere; si se cascan, salen víbo-
ras. Sus telas no sirven para vestidos; son tejidos que no
pueden cubrir. Sus acciones son criminales, las obras de
sus manos son violentas.

Sus pies corren al mal, tienen prisa por derramar
sangre inocente; sus planes son planes criminales, des-
trozos y ruinas jalonan su camino. No conocen el camino
de la paz, no existe el derecho en sus senderos; se abren
sendas tortuosas; quien las sigue no conoce paz. Por eso,
está lejos de nosotros el derecho, y no nos alcanza la
justicia: esperamos la luz, y vienen tinieblas; claridad, y
caminamos a oscuras.

Como ciegos, vamos tanteando la pared; andamos a
tientas, como gente sin vista. En pleno día, tropezamos
como al anochecer; en pleno vigor, estamos como
muertos.

Todos gruñimos como osos, y nos quejamos como
palomas. Esperamos en el derecho, pero nada; en la sal-
vación, y está lejos de nosotros. Porque nuestros críme-
fíes son muchos en tu presencia, y nuestros pecados nos
acusan; nuestros crímenes nos acompañan, y reconoce-
mos nuestras culpas: rebelarnos y olvidarnos del Señor,
volver la espalda a nuestro Dios, tratar de opresión y
revuelta, urdir por dentro engaños; y así se tergiversa el
derecho, y la justicia se queda lejos; porque en la plaza
tropieza la lealtad, y la sinceridad no encuentra acceso.

Responsorio

R. Nuestros crímenes son muchos en tu presencia, y
nuestros pecados nos acusan; * nuestros crímenes
nos acompañan, y reconocemos nuestras culpas.

V. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos
a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

R. Nuestros crímenes nos acompañan, y reconocemos
nuestras culpas.

SEGUNDA LECTURA

De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo

Si hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado,
que se disponga por la fe a la regeneración que nos hace
hijos adoptivos y libres; y así, libertado de la pésima
esclavitud del pecado y sometido a la dichosa esclavitud
del Señor, será digno de poseer la herencia celestial. Des-
pojaos, por la confesión de vuestros pecados, del hombre
viejo, viciado por las concupiscencias engañosas, y vestios
del hombre nuevo que se va renovando según el conoci-
miento de su creador. Adquirid, mediante vuestra fe, las
arras del Espíritu Santo, para que podáis ser recibidos
en la mansión eterna. Acercaos a recibir el sello sacra-
mental, para que podáis ser reconocidos favorablemente
por aquel que es vuestro dueño. Agregaos al santo y ra-
cional rebaño de Cristo, para que un día, separados a su
derecha, poseáis en herencia la vida que os está prepa-
rada.

Porque los que conserven adherida la aspereza del pe-
cado, a manera de una piel velluda, serán colocados a la
izquierda, por no haberse querido beneficiar de la gracia
de Dios, que se obtiene por Cristo a través del baño de re-
generación. Me refiero no a una regeneración corporal,
sino al nuevo nacimiento del alma. Los cuerpos, en efec-
to, son engendrados por nuestros padres terrenos, pero
las almas son regeneradas por la fe, porque el Espíritu
sopla donde quiere. Y así entonces, si te has hecho digno
de ello, podrás escuchar aquella voz: Bien, siervo bueno y
fiel, a saber, si tu conciencia es hallada limpia y sin fal-
sedad.

Pues si alguno de los aquí presentes tiene la preten-
sión de poner a prueba la gracia de Dios, se engaña a sí
mismo e ignora la realidad de las cosas. Procura, oh
hombre, tener un alma sincera y sin engaño, porque Dios
penetra el interior del hombre.

El tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros
pecados. Reconoce el mal que has hecho, de palabra o de
obra, de día o de noche. Reconócelo ahora que es el tiem-
po propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro
celeste.

Limpia tu recipiente, para que sea capaz de una gracia
más abundante, porque el perdón de los pecados se da a
todos por igual, pero el don del Espíritu Santo se concede
a proporción de la fe de cada uno. Si te esfuerzas poco,
recibirás poco, si trabajas mucho, mucha será tu recom-
pensa. Corres en provecho propio; mira, pues, tu conve-
niencia.

Si tienes algo contra alguien, perdónalo. Vienes para
alcanzar el perdón de los pecados: es necesario que tú
también perdones al que te ha ofendido.

Responsorio

R. Al que oculta sus crímenes no le irá bien en sus co-
sas; * el que los confiesa y se enmienda obtendrá
misericordia.

V. Si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es
Dios para perdonarnos.

R. El que los confiesa y se enmienda obtendrá miseri-
cordia.

Oremos:
Dios nuestro, que quisiste hacernos hijos de la luz
por la adopción de la gracia, concédenos que no seamos
envueltos por las tinieblas del error, sino que perma-
nezcamos siempre en el esplendor de la verdad. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.