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Oficio de lectura – viernes 12 julio 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

HIMNO

¡Qué hermosos son los pies
del que anuncia la paz a sus hermanos!
¡Y que hermosas las manos
maduras en el surco y en la mies!

Grita lleno de gozo,
pregonero, que traes noticias buenas:
se rompen las cadenas,
y el sol de Cristo brilla esplendoroso.

Grita sin miedo, grita,
y denuncia a mi pueblo sus pecados;
vivimos engañados,
pues la belleza humana se marchita.

Toda yerba es fugaz,
la flor del campo pierde sus colores;
levanta sin temores,
pregonero, tu voz dulce y tenaz.

Si dejas los pedazos
de tu alma enamorada en el sendero,
¡qué dulce mensajero,
¡Qué hermosos, qué divinos son tus pasos! Amén.

SALMODIA

Ant.1 Señor, no me castigues con cólera.

– Salmo 37-
–I–

Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;

no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;

mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Señor, no me castigues con cólera.

Ant. 2 Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

–II–

Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;

tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.

Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.

Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 Señor, todas mis ansias están en tu presencia.

Ant. 3 Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor,
Dios mío.

–III–

Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.

En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.

Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.

Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.

No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor,
Dios mío.

VERSÍCULO

V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Proverbios
15, 8-9. 16-17. 25-26. 29. 33; 16, 1-9; 17, 5

El Señor aborrece el sacrificio del malvado; la oración
del honrado alcanza su favor. El Señor abomina la con-
ducta del perverso; pero ama al que busca la justicia.

Más vale tener poco con temor de Dios, que grandes
tesoros con sobresalto. Más vale plato de verdura con
amor, que buey cebado con rencor.

El Señor arranca la casa del soberbio, y afirma los lin-
deros de la viuda. El Señor aborrece las intenciones per-
versas, y se complace en las palabras limpias. El Señor
está lejos de los malvados, pero escucha las plegarias de
los justos. El temor del Señor es escuela de sabiduría;
antes de la gloria hay humildad.

El hombre forja planes en su corazón, pero es Dios
quien da la decisión. El hombre piensa que sus caminos
son rectos, pero es Dios quien pesa los corazones. Enco-
mienda a Dios tus tareas, y te saldrán bien tus proyectos.
El Señor da a cada cosa su destino: incluso al malvado
en el día funesto. El Señor aborrece al arrogante, tarde
o temprano no quedará impune. Bondad y verdad repa-
ran la culpa; el temor del Señor aparta del mal.

Cuando Dios se complace en la conducta de un hom-
bre, lo hace estar en paz aun con sus enemigos. Más vale
pocos bienes con justicia, que muchas ganancias con in-
justicia. El hombre planea su camino, pero es el Señor
quien dirige sus pasos.

Quien se burla del pobre afrenta a su Creador; quien
se ríe del desgraciado no quedará sin castigo.

Responsorio

R. No olvides al Señor que te sacó de Egipto; * al Se-
ñor tu Dios temerás y a él solo servirás.

V. El temor del Señor es escuela de sabiduría; antes de
la gloria hay humildad.

R. Al Señor tu Dios temerás y a él solo servirás.

SEGUNDA LECTURA

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios

Ya veis, queridos hermanos, cuán grande y admirable
cosa es la caridad, y cómo no es posible describir su per-
fección. ¿Quién será capaz de estar en ella, sino aquellos
a quienes Dios mismo hiciere dignos? Roguemos, pues, y
supliquémosle que, por su misericordia, nos permita vivir
en la caridad, sin humana parcialidad, irreprochables.
Todas las generaciones, desde Adán hasta el día de hoy,
han pasado; mas los que fueron perfectos en la caridad,
según la gracia de Dios, ocupan el lugar de los justos, los
cuales se manifestarán en la visita del reino de Cristo.
Está escrito, en efecto: Entrad en los aposentos, mientras
pasa mi cólera, y me acordaré del día bueno y os haré
salir de vuestros sepulcros.

Dichosos nosotros, queridos hermanos, si hubiéramos
cumplido los mandamientos de Dios en la concordia de la
caridad, a fin de que por la caridad se nos perdonen
nuestros pecados. Porque está escrito: Dichoso el que
está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su
pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta
el delito y en cuya boca no se encuentra engaño. Esta
bienaventuranza fue concedida a los que han sido escogi-
dos por Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, a
quien sea dada gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas fal-
tas y pecados hayamos cometido por asechanzas de nues-
tro adversario, y aun aquellos que han encabezado sedi-
ciones y banderías deben acogerse a nuestra común espe-
ranza. Pues los que proceden en su conducta con temor
y caridad prefieren antes sufrir ellos mismos y no que
sufran los demás; prefieren que se tenga mala opinión
de ellos mismos, antes que sea vituperada aquella armo-
nía y concordia que justa y bellamente nos viene de la
tradición. Más le vale a un hombre confesar sus caídas,
que endurecer su corazón.

Ahora bien, ¿hay entre vosotros alguien que sea gene-
roso? ¿Alguien que sea compasivo? ¿Hay alguno que se
sienta lleno de caridad? Pues diga: «Si por mi causa vino
la sedición, contienda y escisiones, yo me retiro y me voy
a donde queráis, y estoy pronto a cumplir lo que la co-
munidad ordenare, con tal de que el rebaño de Cristo se
mantenga en paz con sus ancianos establecidos.» El que
esto hiciere se adquirirá una grande gloria en Cristo, y
todo lugar lo recibirá, pues del Señor es la tierra y cuan-
to la llena. Así han obrado y así seguirán obrando quie-
nes han llevado un comportamiento digno de Dios, del
cual no cabe jamás arrepentirse.

Responsorio

R. Hemos recibido de Dios este mandamiento: * Quien
ama a Dios ame también a su hermano.

V. Estos dos mandamientos son el fundamento de toda
la ley y los profetas.

R. Quien ama a Dios ame también a su hermano.

Oremos:
Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo
levantaste a la humanidad caída, conserva a tus fieles en
continua alegría y concede los gozos del cielo a quienes
has librado de la muerte eterna. Por nuestro Señor Jesu-
cristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.