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Oficio de lectura – viernes 19 abril 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno. Se toma del viernes de la Octava de pascua.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja,
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en su victoria santa. Amén.

SALMODIA

Ant.1 Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios. Aleluya

– Salmo 68, 2-22. 30-37 –
–I–

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;

más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extraño para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos, se burlan de mí;
cuando me visto de saco, se ríen de mí;
sentados a la puerta murmuran,
mientras beben vino me cantan burlas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant.1 Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios. Aleluya

Ant. 2 En mi comida me echaron hiel, para mi sed me
dieron vinagre. Aleluya

Salmo 68, 2-22. 30-37 –
–II–

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

Arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
por tu gran compasión vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 2 En mi comida me echaron hiel, para mi sed me
dieron vinagre. Aleluya

Ant. 3 Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Aleluya

–III–

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo los humildes y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. 3 Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. Aleluya

VERSÍCULO

V. En tu resurrección, oh Cristo. Aleluya.
R. El cielo y la tierra se alegran. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

De los Hechos de los apóstoles
10, 34—11, 4. 18

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora veo con toda claridad que Dios no hace dis-
tinciones, sino que acepta al que le es fiel y obra recta-
mente, sea de la nación que sea. Dios envió su palabra
a los israelitas, anunciando la paz que traería Jesucris-
to: Jesús es el Señor de todos. Vosotros sabéis lo acae-
cido en toda Judea: cómo Jesús de Nazaret empezó su
actividad por Galilea después del bautismo predicado
por Juan; cómo Dios lo ungió con poder del Espíritu
Santo; cómo pasó haciendo el bien y devolviendo la sa-
lud a todos los que estaban esclavizados por el demonio,
porque Dios estaba con él.

Y nosotros somos testigos de cuanto llevó a cabo en
la tierra de los judíos y en Jerusalén, y de cómo le die-
ron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo re-
sucitó al tercer día e hizo que se apareciese no a todo
el pueblo, sino a nosotros, que somos los testigos ele-
gidos de antemano por Dios. Nosotros hemos comido y
bebido con él, después que Dios lo resucitó de entre los
muertos. Y él nos mandó predicar al pueblo y atesti-
guar que ha sido constituido por Dios juez de vivos y
muertos. De él hablan todos los profetas y aseguran que
cuantos tengan fe en él recibirán por su nombre el per-
dón de sus pecados.»

Todavía estaba Pedro hablando estas cosas, cuando
descendió el Espíritu Santo sobre todos cuantos esta-
ban escuchando su discurso. Los discípulos de origen
judío que habían venido con Pedro no salían de su asom-
bro, al ver que el don del Espíritu Santo se derramaba
también sobre los paganos, pues les oían hablar en va-
rias lenguas, glorificando a Dios. Tomó entonces Pedro
la palabra y dijo:

«¿Se puede negar el agua del bautismo a estos hom-
bres, una vez que han recibido el Espíritu Santo lo mis-
mo que nosotros?»

Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo.
Luego le rogaron que se quedase allí por algunos días.

Los apóstoles y los hermanos que había en Judea se
enteraron de que también los paganos habían recibido
la palabra de Dios. Y, cuando Pedro subió a Jerusalén,
los convertidos del judaísmo discutían con él y le repro-
chaban el que hubiese entrado en casa de hombres in-
circuncisos y hubiese comido con ellos. Pedro, entonces,
comenzó a exponerles punto por punto lo sucedido. Ante
estas palabras se tranquilizaron y glorificaron a Dios,
diciendo:

«Así, pues, Dios ha concedido también a los demás
pueblos la conversión que conduce a la vida.»

Responsorio

R. Descendió el Espíritu Santo sobre todos cuantos es-
taban escuchando el discurso. * El don del Espíritu
Santo se derramó también sobre los paganos. Ale-
luya.

V. Dios, que conoce los corazones, se ha declarado en
favor de ellos, al darles el Espíritu Santo.

R. El don del Espíritu Santo se derramó también so-
bre los paganos. Aleluya.

Nuestro Señor, pisoteado por la muerte, la holló lue-
go en desquite, como quien pisa con sus pies el polvo
del camino. Se sometió a la muerte y la aceptó volunta-
riamente, para vencer así la resistencia de la muerte.
Salió nuestro Señor llevando la cruz, sometiéndose a las
exigencias de la muerte; pero luego clamó en la cruz y
sacó a los muertos de la región de las sombras, contra
la voluntad de la muerte.

La muerte sometió al Señor a través del cuerpo hu-
mano que él tenía; pero él, valiéndose de esta misma
arma, venció a su vez a la muerte. La divinidad, oculta
tras el velo de la humanidad, pudo acercarse a la muer-
te, la cual, al matar, fue muerta ella misma. La muerte
destruyó la vida natural, pero fue luego destruida, a su
vez, por la vida sobrenatural.

Como la muerte no podía devorar al Señor si éste
no hubiese tenido un cuerpo, ni la región de los muertos
hubiese podido tragarlo si no hubiese tenido carne hu-
mana, por eso vino al seno de la Virgen, para tomar ahí
el vehículo que había de transportarlo a la región de los
muertos. Allí penetró con el cuerpo que había asumido,
arrebató sus riquezas y se apoderó de sus tesoros.

Llegóse a Eva, la madre de todos los vivientes. Ella
es la viña cuya cerca había abierto la muerte, valién-
dose de las propias manos de Eva, para gustar sus fru-
tos; desde entonces Eva, la madre de todos los vivientes,
se convirtió en causa de muerte para todos los vivientes.

Floreció luego María, nueva viña en sustitución de la
antigua, y en ella habitó Cristo, la nueva vida, para que
al acercarse confiadamente la muerte, en su continua
costumbre de devorar, encontrara escondida allí, en un
fruto mortal, a la vida, destructora de la muerte. Y la
muerte, habiendo engullido dicho fruto sin ningún te-
mor, liberó a la vida, y a muchos juntamente con ella.

El eximio hijo del carpintero, al levantar su cruz
sobre las moradas de la muerte, que todo lo engullían,
trasladó al género humano a la mansión de la vida. Y la
humanidad entera, que a causa de un árbol había sido
precipitada en el abismo inferior, alcanzó la mansión de
la vida por otro árbol, el de la cruz. Y, así, en el mismo
árbol que contenía el fruto amargo fue aplicado un in-
jerto dulce, para que reconozcamos el poder de aquel
a quien ninguna creatura puede resistir.

A ti sea la gloria, que colocaste tu cruz como un puen-
te sobre la muerte, para que, a través de él pasasen las
almas desde la región de los muertos a la región de la
vida.

A ti sea la gloria, que te revestiste de un cuerpo hu-
mano y mortal, y lo convertiste en fuente de vida para
todos los mortales.

Tú vives, ciertamente; pues los que te dieron muerte
hicieron con tu vida como los agricultores, esto es, la
sembraron bajo tierra como el trigo, para que luego
volviera a surgir de ella acompañada de otros muchos.

Venid, ofrezcamos el sacrificio grande y universal de
nuestro amor, tributemos cánticos y oraciones sin me-
dida al que ofreció su cruz como sacrificio a Dios, para
enriquecernos con ella a todos nosotros.

Responsorio

R. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muer-
te, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el peca-
do. * ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria
por nuestro Señor Jesucristo! Aleluya.

V. Impulsados por el poder de la fe, creemos que aquel
que resucitó a Jesús nos resucitará también a no-
sotros con Jesús.

R. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por
nuestro Señor Jesucristo! Aleluya.

ORACIÓN.

Oremos:
Señor, ya que nos has dado a conocer los dones que
nos trae la resurrección de tu Hijo, concédenos tam-
bién que el Espíritu Santo, el Amor increado, nos ha-
ga resucitar a una nueva vida. Por nuestro Señor Jesu-
cristo, tu Hijo.

CONCLUSIÓN.

V. Bendigamos al Señor.
R, Demos gracias a Dios.