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Oficio de lectura – viernes 25 octubre 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: DELANTE DE TUS OJOS

Delante de tus ojos ya no enrojecemos a causa del antiguo pecado de tu pueblo.

Arrancarás de cuajo el corazón soberbio y harás un pueblo humilde de corazón sincero.

En medio de los pueblos nos guardas como un resto, para cantar tus obras y adelantar tu reino.

Seremos raza nueva para los cielos nuevos; sacerdotal estirpe, según tu Primogénito.

Caerán los opresores y exultarán los siervos; los hijos del oprobio serán tus herederos.

Señalarás entonces el día del regreso para los que comían su pan en el destierro.

¡Exulten mis entrañas!

¡Alégrese mi pueblo!

Porque el Señor, que es justo, revoca sus decretos: la salvación se anuncia donde acechó el infierno,

porque el Señor habita en medio de su pueblo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-24a. 27-28 – I – SÚPLICA CONTRA LOS PERSEGUIDORES INJUSTOS

 

Pelea, Señor, contra los que me atacan,

guerrea contra los que me hacen guerra;

empuña el escudo y la adarga,

levántate y ven en mi auxilio;

di a mi alma:

«Yo soy tu victoria.»

 

Y yo me alegraré con el Señor,

gozando de su victoria;

todo mi ser proclamará:

«Señor, ¿quién como tú,

que defiendes al débil del poderoso,

al pobre y humilde del explotador?»

 

Se presentaban testigos violentos:

me acusaban de cosas que ni sabía,

me pagaban mal por bien,

dejándome desamparado.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

 

Ant 2. Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.

 

Salmo 34, II

 

Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,

me vestía de saco,

me mortificaba con ayunos

y desde dentro repetía mi oración.

 

Como por un amigo o por un hermano,

andaba triste,

cabizbajo y sombrío,

como quien llora a su madre.

 

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,

se juntaron contra mí

y me golpearon por sorpresa;

 

me laceraban sin cesar,

cruelmente se burlaban de mí,

rechinando los dientes de odio.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.

 

Ant 3. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabaré, Señor.

 

Salmo 34, III

 

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?

Defiende mi vida de los que rugen,

mi único bien, de los leones,

 

y te daré gracias en la gran asamblea,

te alabaré entre la multitud del pueblo.

 

Que no canten victoria mis enemigos traidores,

que no se hagan guiños a mi costa

los que me odian sin razón.

 

Señor, tú lo has visto, no te calles;

Señor, no te quedes a distancia;

despierta, levántate, Dios mío;

Señor mío, defiende mi causa.

Júzgame tú según tu justicia.

 

Que canten y se alegren

los que desean mi victoria;

que repitan siempre: «Grande es el Señor»,

los que desean la paz a tu siervo.

 

Mi lengua anunciará tu justicia,

todos los días te alabaré.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabaré, Señor.

 

V. Hijo mío, conserva mis palabras.

R. Conserva mis mandatos y vivirás.

 

PRIMERA LECTURA

 

Del libro de Ben Sirá 42, 15-26; 43, 31-37

 

TODA LA CREACIÓN CANTA LA GLORIA DE DIOS

 

Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que he visto: por la palabra de Dios fueron creadas las cosas y de su voluntad reciben su tarea.

Sale el sol mostrando a todos su esplendor, la gloria del Señor se refleja en todas sus creaturas. Aun los santos de Dios no bastaron para contar sus maravillas. Dios fortaleció sus ejércitos, para que estén firmes en presencia de su gloria.

Él sondea las profundidades del abismo y del corazón humano, penetra todas sus tramas y secretos, declara el pasado y el futuro y revela los misterios escondidos. No se le oculta ningún pensamiento ni se le esconde palabra alguna.

Ha establecido el poder de su sabiduría, él es el único desde la eternidad; no puede crecer ni menguar ni le hace falta un consejero.

¡Qué deseables son todas sus obras!, y eso que no vemos más que una chispa. Todas viven y permanecen para siempre y lo obedecen en todas sus funciones. Todas difieren unas de otras, y no ha hecho ninguna inútil. Cada cosa hace resaltar la excelencia de la otra: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?

Temible es el Señor, inmensamente grande, su poder es admirable. Los que ensalzáis al Señor, levantad la voz, esforzaos cuanto podáis, que siempre os quedaréis cortos. Los que alabáis al Señor, redoblad las fuerzas y no os canséis, que nunca será bastante. ¿Quién lo ha visto que pueda describirlo? ¿Quién lo alabará tal como él es?

Quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco hemos visto de sus obras. Todo lo ha hecho el Señor, y a sus fieles les da sabiduría.

 

RESPONSORIO Sir 43, 29. 30

 

R. Muchas cosas más podríamos seguir diciendo, mas nunca terminaríamos; * sea, pues, éste el broche de nuestras palabras: «Él lo es todo.»

V. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarlo dignamente? Él es más grande que todas sus obras.

R. Sea, pues, éste el broche de nuestras palabras: «Él lo es todo.»

 

SEGUNDA LECTURA

 

De los Libros de san Agustín, obispo, Sobre la ciudad de Dios

(Libro 10, 6: CCL 47, 278-279)

 

EN TODO LUGAR SE OFRECERÁ INCIENSO A MI NOMBRE Y UNA OBLACIÓN PURA

 

Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el fin de unirnos a Dios en santa sociedad, es decir, toda obra relacionada con aquel supremo bien, mediante el cual llegamos a la verdadera felicidad. Por ello, incluso la misma misericordia que nos mueve a socorrer al hermano, si no se hace por Dios, no puede llamarse sacrificio. Porque, aun siendo el hombre quien hace o quien ofrece el sacrificio, éste, sin embargo, es una acción divina, como nos lo indica la misma palabra con la cual llamaban los antiguos latinos a esta acción. Por ello, puede afirmarse que incluso el hombre es verdadero sacrificio cuando está consagrado a Dios por el bautismo y está dedicado al Señor, ya que entonces muere al mundo y vive para Dios. Esto, en efecto, forma parte de aquella misericordia que cada cual debe tener para consigo mismo, según está escrito: Ten compasión de tu alma agradando a Dios.

 

Si, pues, las obras de misericordia para con nosotros mismos o para con el prójimo, cuando están referidas a Dios, son verdadero sacrificio, y, por otra parte, sólo son obras de misericordia aquellas que se hacen con el fin de librarnos de nuestra miseria y hacernos felices (cosa que no se obtiene sino por medio de aquel bien, del cual se ha dicho: Para mí lo bueno es estar junto a Dios), resulta claro que toda la ciudad redimida, es decir, la congregación o asamblea de los santos, debe ser ofrecida a Dios como un sacrificio universal por mediación de aquel gran sacerdote que se entregó a sí mismo por nosotros, tomando la condición de esclavo, para que nosotros llegáramos a ser cuerpo de tan sublime cabeza. Ofreció esta forma de esclavo y bajo ella se entregó a sí mismo, porque sólo según ella pudo ser mediador, sacerdote y sacrificio.

 

Por esto nos exhorta el Apóstol a que ofrezcamos nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable, y a que no nos conformemos con este siglo, sino que nos reformemos en la novedad de nuestro espíritu. Y para probar cuál es la voluntad de Dios y cuál el bien y el beneplácito y la perfección, ya que todo este sacrificio somos nosotros, dice: Por la gracia que Dios me ha dado, os pido a todos y a cada uno: No tengáis de vosotros mismos un concepto superior a lo que es justo. Abrigad sentimientos de justa moderación, cada uno en la medida de la fe que Dios le ha dado. A la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros desempeñan distinta función, lo mismo nosotros: siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, e individualmente somos miembros unos de otros y tenemos carismas diferentes, según la gracia que Dios nos ha dado.

 

Éste es el sacrificio de los cristianos: la reunión de muchos, que formamos un solo cuerpo en Cristo. Este misterio es celebrado también por la Iglesia en el sacramento del altar, del todo familiar a los fieles, donde se demuestra que la Iglesia, en la misma oblación que hace, se ofrece a sí misma.

 

RESPONSORIO Mi 6, 6. 8; Dt 10, 14. 12

 

R. ¿Con qué me acercaré al Señor? Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que Dios desea de ti: * simplemente que practiques la justicia, que ames la misericordia y que camines humildemente con tu Dios.

V. Del Señor tu Dios son el cielo y la tierra y cuanto hay en ellos; y ¿qué es lo que te exige el Señor tu Dios?

R. Simplemente que practiques la justicia, que ames la misericordia y que camines humildemente con tu Dios.

 

ORACIÓN.

 

OREMOS,

Dios todopoderoso y eterno, haz que nuestra voluntad sea siempre dócil a la tuya y que te sirvamos con un corazón sincero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén

 

CONCLUSIÓN

 

V. Bendigamos al Señor.

R. Demos gracias a Dios.