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Oficio de lectura – viernes 29 julio 2022

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Himno: Dichosa la mujer que ha conservado

Dichosa la mujer que ha conservado, en su regazo, con amor materno, la palabra del Hijo que ha engendrado en la vida de fe y de amor pleno.

Dichosas sois vosotras, que en la vida hicisteis de la fe vuestra entereza, vuestra gracia en la Gracia fue asumida, maravilla de Dios y de belleza.

Dichosas sois vosotras, que supisteis ser hijas del amor que Dios os daba, y así, en la fe, madres de muchos fuisteis, fecunda plenitud que nunca acaba.

No dejéis de ser madres, en la gloria, de los hombres que luchan con anhelo, ante Dios vuestro amor haga memoria de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.

Salmodia

Ant. 1. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad.

Salmo 18

El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol: él sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo: nada se libra de su calor.

Ant. Abre la boca con sabiduría y su lengua enseña con bondad.

Ant. 2. Las santas mujeres vivieron esperando en Dios y cantando en su corazón.

Salmo 44
Me brota del corazón un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente: es tu gala y tu orgullo; cabalga victorioso por la verdad y la justicia, tu diestra te enseñe a realizar proezas.

Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden, se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, oh Dios, permanece para siempre, cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos, desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.

Hijas de reyes salen a tu encuentro, de pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.

Ant. Las santas mujeres vivieron esperando en Dios y cantando en su corazón.
Ant. 3. Las llevan ante el Señor entre alegría y algazara.

Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza: póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos, los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra».

Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos.

Ant. Las llevan ante el Señor entre alegría y algazara.

V. Que llegue a tu presencia el meditar de mi corazón.
R. Señor, roca mía y redentor mío.

Primera lectura

De la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-17

Hermanos: Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él, revestidos de gloria.

Mortificad las pasiones de vuestro hombre terrenal: la fornicación, la impureza, la concupiscencia, los malos deseos y la avaricia, que es una idolatría. Por ellas se desata la cólera de Dios.

En todo eso anduvisteis también vosotros, cuando vivíais entregados a ellas. Pero ahora dejad también vosotros a un lado todo eso: la ira, la indignación, la malignidad, la maledicencia y el torpe lenguaje. No os engañéis unos a otros.

Despojaos del hombre viejo con sus malas pasiones y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento pleno de Dios y se va configurando con la imagen del que lo creó. Así, ya no hay griego ni judío, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni libre. Sólo Cristo todo y en todos. Por lo tanto, como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Por encima de todo, procurad el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y vivid siempre agradecidos. Que la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de todo corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.

Responsorio Ga 3,27.28; Ef 4,24
R/. Todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judío y gentil: todos sois uno en Cristo Jesús.

V/. Vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.
R/. Todos sois uno en Cristo Jesús.
Segunda lectura

De los Sermones de san Agustín, obispo

Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa.

Las palabras del Señor nos advierten que, en medio de la multiplicidad de ocupaciones de este mundo, hay una sola cosa a la que debemos tender. Tender, porque somos todavía peregrinos, no residentes; estamos aún en camino, no en la patria definitiva; hacia ella tiende nuestro deseo, pero no disfrutamos aún de su posesión. Sin embargo, no cejemos en nuestro esfuerzo, no dejemos de tender hacia ella, porque sólo así podremos un día llegar a término.

Marta y María eran dos hermanas, unidas no sólo por su parentesco de sangre, sino también por sus sentimientos de piedad; ambas estaban estrechamente unidas al Señor, ambas le servían durante su vida mortal con idéntico fervor. Marta lo hospedó, como se acostumbra a hospedar a un peregrino cualquiera. Pero, en este caso, era una sirvienta que hospedaba a su Señor, una enferma al Salvador, una creatura al Creador. Le dio hospedaje para alimentar corporalmente a aquel que la había de alimentar con su Espíritu. Porque el Señor quiso tomar la condición de esclavo para así ser alimentado por los esclavos, y ello no por necesidad, sino por condescendencia, ya que fue realmente una condescendencia el permitir ser alimentado. Su condición humana lo hacía capaz de sentir hambre y sed.

Así, pues, el Señor fue recibido en calidad de huésped, él, que vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y convirtiéndolos en coherederos. Pero que nadie de vosotros diga: «Dichosos los que pudieron hospedar al Señor en su propia casa.» No te sepa mal, no te quejes por haber nacido en un tiempo en que ya no puedes ver al Señor en carne y hueso; esto no te priva de aquel honor, ya que el mismo Señor afirma: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.

Por lo demás, tú, Marta -dicho sea, con tu venia, y bendita seas por tus buenos servicios-, buscas el descanso como recompensa de tu trabajo. Ahora estás ocupada en los mil detalles de tu servicio, quieres alimentar unos cuerpos que son mortales, aunque ciertamente son de santos; pero ¿por ventura, cuando llegues a la patria celestial, hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos con quienes partir tu pan, sedientos a quienes dar de beber, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz, muertos a quienes enterrar?

Todo esto allí ya no existirá; allí sólo habrá lo que María ha elegido: allí seremos nosotros alimentados, no tendremos que alimentar a los demás. Por esto, allí alcanzará su plenitud y perfección lo que aquí ha elegido María, la que recogía las migajas de la mesa opulenta de la palabra del Señor. ¿Quieres saber lo que allí ocurrirá? Dice el mismo Señor, refiriéndose a sus siervos: Os aseguro que se pondrá de faena, los hará sentar a la mesa y se prestará a servirlos.

Responsorio Cf. Jn 12, 1-3

R/. Después de que Jesús resucitó a Lázaro, le ofrecieron un banquete en Betania, y Marta servía la mesa.

V/. María tomó una libra de ungüento precioso y ungió los pies de Jesús.
R/. Y Marta servía la mesa.

Oremos,
Dios todopoderoso y eterno, cuyo Hijo quiso aceptar la hospitalidad que santa Marta le ofreció en su casa, haz que nosotros, por intercesión de esta santa, estemos siempre dispuestos a servirte en cada uno de nuestros hermanos y así merezcamos ser recibidos por ti en las moradas eternas, al final de nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén

Conclusión
Bendigamos al Señor. Demos gracias a Dios.

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