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Oficio de lectura – viernes 9 agosto 2024

Oficio de Lectura

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Himno: QUÉ HERMOSOS SON LOS PIES

¡Qué hermosos son los pies
del que anuncia la paz a sus hermanos!
¡Y qué hermosas las manos
maduras en el surco y en la mies!
Grita lleno de gozo,
pregonero, que traes noticias buenas:
se rompen las cadenas,
y el sol de Cristo brilla esplendoroso.
Grita sin miedo, grita,
y denuncia a mi pueblo sus pecados;
vivimos engañados,
pues la belleza humana se marchita.
Toda yerba es fugaz,
la flor del campo pierde sus colores;
levanta sin temores,
pregonero, tu voz dulce y tenaz.
Si dejas los pedazos
de tu alma enamorada en el sendero,
¡qué dulces, mensajero,
qué hermosos, que divinos son tus pasos! Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, no me castigues con cólera.
Salmo 37 I – ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, no me castigues con cólera.
Ant 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Salmo 37 II
Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;
tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado, deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Ant 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
Salmo 37 III
Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido: que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.
PRIMERA LECTURA
Comienza el libro del profeta Malaquías 1, 1-14; 2, 13-16
VATICINIOS CONTRA LOS SACERDOTES NEGLIGENTES, CONTRA LOS QUE DEFRAUDAN EL CULTO Y CONTRA LOS INFIELES AL MATRIMONIO
Mensaje del Señor a Israel por medio de Malaquías:
«Os amo -dice el Señor- y vosotros preguntáis: «¿Cómo es que nos amas?» Oráculo del Señor: ¿No eran hermanos Esaú y Jacob? Y, sin embargo, amé a Jacob y tuve aversión a Esaú; hice de sus montes un desierto, heredad de los chacales de la estepa. Si Edom dice: «Estamos deshechos, pero reconstruiremos nuestras ruinas», así responde el Señor de los ejércitos: Ellos construirán y yo derribaré; al país lo llamarán: «Tierra malvada», y al pueblo: «Pueblo de la ira perpetua del Señor». Cuando lo veáis con vuestros ojos, diréis: «Grande es el Señor más allá de las fronteras de Israel.»
El hijo honra a su padre, el esclavo a su señor; pues si yo soy Padre, ¿dónde queda mi honor? Si yo soy Señor, ¿dónde está mi respeto? Lo dice esto el Señor de los ejércitos a vosotros, sacerdotes, que despreciáis mi nombre. Vosotros replicáis: «¿Cómo es que despreciamos tu nombre?» Trayendo a mi altar pan impuro. Y todavía preguntáis: «¿Cómo es que te hemos profanado?» Cuando estimáis despreciable la mesa del Señor. Cuando ofrecéis víctimas ciegas o cojas o enfermas, ¿no obráis mal? Anda y ofrécelas a tu gobernador, a ver si le agradan y se congracia contigo -dice el Señor de los ejércitos-.
Y ahora implorad al Señor para que os sea benévolo. De vuestras manos vino tal ofrenda, ¿acaso os mirará con benevolencia? ¡Oh!, ¿quién de vosotros os cerrará las puertas para que no podáis encender mi altar en vano? Vosotros no me agradáis -dice el Señor de los ejércitos-, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura, porque mi nombre es grande entre las naciones -dice el Señor de los ejércitos-.
Vosotros lo habéis profanado cuando decíais: «La mesa del Señor es despreciable, de ella se saca comida vil.» Decís: «¡Vaya un trabajo!», y me despreciáis. Cuando ofrecéis víctimas robadas o cojas o enfermas, ¿podrá agradarme la ofrenda de vuestras manos? Maldito el tramposo que tiene un macho en su rebaño, ofrecido en voto, y trae al Señor una víctima defectuosa. Yo soy el Rey soberano -dice el Señor de los ejércitos-; mi nombre es temido entre las naciones.
Todavía hacéis otra cosa: cubrís de lágrimas el altar del Señor, de llanto y de gemidos, porque no mira vuestra ofrenda ni la acepta complacido de vuestras manos; y preguntáis: «¿Cómo es eso?»
Porque el Señor es testigo entre ti y la esposa de tu juventud, a la que tú has sido infiel, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser, que tiene carne y aliento de vida? Y ¿a qué tiende este único ser? A una posteridad dada por Dios. Guarda, pues, tu vida y no traiciones a la esposa de tu juventud. Pues yo odio el repudio -dice el Señor- y al que mancha su ropaje con violencias. Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición.»
RESPONSORIO    Ml 2, 5. 6; Sal 109, 4
R. Mi alianza con él era vida y paz, y se la di para que respetara mi nombre. * Una doctrina auténtica llevaba en su boca, y en sus labios no se hallaba maldad.
V. El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»
R. Una doctrina auténtica llevaba en su boca, y en sus labios no se hallaba maldad.
SEGUNDA LECTURA
Del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, presbítero
(Canción 39, declaración)
TE DESPOSARÉ, CONMIGO PARA SIEMPRE
En la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa la misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.
Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad?
Y cómo esto sea, no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice san Juan, y así lo pidió al Padre diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste; es a saber, que hagan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: No ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en mí; que todos ellos sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y tú en mí, porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que tú me enviaste, y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo, sino, como habemos dicho, por unidad y transformación de amor. Como tampoco se entiende aquí quiere decir el Hijo al Padre, que sean los santos una cosa esencial y naturalmente como lo son el Padre y el Hijo; sino que lo sean por unión de amor, como el Padre y el Hijo están en unidad de amor.
De donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios. De donde san Pedro dijo: Gracia y paz sea cumplida y perfecta en vosotros en el conocimiento de Dios y de Jesucristo nuestro Señor, de la manera que nos son dadas todas las cosas de su divina virtud para la vida y la piedad, por el conocimiento de aquel que nos llamó con su propia gloria y virtud, por el cual muy grandes y preciosas promesas nos dio, para que por estas cosas seamos hechos compañeros de la divina naturaleza. Hasta aquí son palabras de san Pedro, en las cuales da claramente a entender que el alma participará al mismo Dios, que será obrando en él, acompañadamente con él, la obra de la Santísima Trinidad, de la manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial entre el alma y Dios. Lo cual, aunque se cumple perfectamente en la otra vida, todavía en ésta, cuando se llega al estado perfecto, como decimos ha llegado aquí el alma, se alcanza gran rastro y sabor de ella.
¡Oh, almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma; pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos!
RESPONSORIO    1Jn 3, la. 2
R. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre * para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
V. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
R. Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, danos tu misericordia y atiende a las súplicas de tus hijos; concede la tranquilidad y la paz a los que nos gloriamos de tenerte como creador y como guía, y consérvalas en nosotros para siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.