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Laudes I oración de la mañana I lunes 28 junio 2021

Laudes

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¡Señor, abre mis labios!
¡Y mi boca proclamará tu alabanza!

Salmo 94:

Invitación a la alabanza divina.
Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.
Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses: tiene en su mano las cimas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes; suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Venid, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masah en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Durante cuarenta años aquella generación me repugnó, y dije: Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.
Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
¡Amén!

Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Himno:

Quien entrega su vida por amor, la gana para siempre, dice el Señor.

Aquí el bautismo proclama su voz de gloria y de muerte. Aquí la unción se hace fuerte
contra el cuchillo y la llama.

Mirad cómo se derrama mi sangre por cada herida.

Si Cristo fue mi comida, dejadme ser pan y vino en el lagar y en el molino
donde me arrancan la vida.

Salmodia:

A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.
Salmo 5,2-10.12-13
Señor, escucha mis palabras, atiende a mis gemidos, haz caso de mis gritos de auxilio,
Rey mío y Dios mío.

A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, y me quedo aguardando.

Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, ni el arrogante se mantiene en tu presencia.

Detestas a los malhechores, destruyes a los mentirosos; al hombre sanguinario y traicionero lo aborrece el Señor.

Pero yo, por tu gran bondad, entraré en tu casa, me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia.

Señor, guíame con tu justicia, porque tengo enemigos; alláname tu camino.

En su boca no hay sinceridad, su corazón es perverso; su garganta es un sepulcro abierto,
mientras halagan con la lengua.

Que se alegren los que se acogen a ti, con júbilo eterno; protégelos, para que se llenen de gozo los que aman tu nombre.

Porque tú, Señor, bendices al justo, y como un escudo lo rodea tu favor.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!
¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!,
¡Amén!

A ti te suplico, Señor; por la mañana escucharás mi voz.

Alabamos, Dios nuestro, tu nombre glorioso.

Cántico:

1Cro 29,10-13
Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre Israel, por los siglos de los siglos.

Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, el esplendor, la majestad, porque tuyo es cuanto hay en cielo y tierra, tú eres rey y soberano de todo.

De ti viene la riqueza y la gloria, tú eres Señor del universo, en tu mano está el poder y la fuerza, tú engrandeces y confortas a todos.

Por eso, Dios nuestro, nosotros te damos gracias, alabando tu nombre glorioso.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!
¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!,
¡Amén!

Alabamos, Dios nuestro, tu nombre glorioso.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

Salmo 28:

Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales.

La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros, el Señor descuaja los cedros del Líbano.

Hace brincar al Líbano como a un novillo, al Sarión como a una cría de búfalo. La voz del Señor lanza llamas de fuego, la voz del Señor sacude el desierto, el Señor sacude el desierto de Cadés.

La voz del Señor retuerce los robles, el Señor descorteza las selvas. En su templo un grito unánime: ¡Gloria!

El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno.
El Señor da fuerza a su pueblo, El Señor bendice a su pueblo con la paz.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!
¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!,
¡Amén!

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

Lectura breve:

2Co 1,3-5
¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo.

Responsorio breve:

El Señor es mi fuerza y mi energía. El Señor es mi fuerza y mi energía. Él es mi salvación.
Y mi energía. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. El Señor es mi fuerza y mi energía.

Cántico evangélico:

San Ireneo, haciendo honor a su nombre, fue hombre pacífico en su vida y en sus intenciones, y luchó ardientemente en favor de la paz de las Iglesias.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre: Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!
¡Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos!,
¡Amén!

San Ireneo, haciendo honor a su nombre, fue hombre pacífico en su vida y en sus intenciones, y luchó ardientemente en favor de la paz de las Iglesias.

Preces:

Celebremos, amados hermanos, a nuestro Salvador, el testigo fiel, y, al recordar hoy a los santos mártires que murieron a causa de la palabra de Dios, aclamémoslo, diciendo:
Nos has comprado, Señor, con tu sangre.
Por la intercesión de los santos mártires, que entregaron libremente su vida como testimonio de la fe, concédenos, Señor, la verdadera libertad de espíritu.
Nos has comprado, Señor, con tu sangre.
Por la intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre, concédenos, Señor, la integridad y la constancia de la fe.
Nos has comprado, Señor, con tu sangre.
Por la intercesión de los santos mártires, que, soportando la cruz, siguieron tus pasos, concédenos, Señor, soportar con generosidad las contrariedades de la vida.
Nos has comprado, Señor, con tu sangre.
Por la intercesión de los santos mártires, que lavaron su manto en la sangre del Cordero, concédenos, Señor, vencer las obras del mundo y de la carne.
Nos has comprado, Señor, con tu sangre.

Terminemos nuestra oración con la plegaria que nos enseñó el Señor:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos, hoy, nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal

Oración final:

Señor, Dios nuestro, que otorgaste a tu obispo san Ireneo la gracia de mantener incólume la doctrina y la paz de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, renovarnos en fe y en caridad y trabajar sin descanso por la concordia y la unidad entre los hombres.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.
¡Amén!

El Señor nos bendiga, y nos guarde de todo mal, y nos lleve a la vida eterna.
¡Amén!

Dame tus ojos, Madre, para saber mirar, si miro con tus ojos jamás podré pecar; dame tus labios, Madre, para poder rezar, si rezo con tus labios Jesús me escuchará; dame tus manos, Madre, que quiero trabajar, entonces mi trabajo valdrá una eternidad; dame tu manto, Madre, que cubra mi maldad, cubierto con tu manto al cielo he de llegar; dame tu cielo, Madre, para poder gozar, si tú me das el cielo, ¿qué más puedo anhelar?; dame a Jesús, ¡oh Madre!, para poder amar, esta será mi dicha por una eternidad.

¡Amén!

 

 

 

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