María nos enseña a orar
Hablar con la mamá es abrir el corazón, de par en par, sin reservas. En ella, hallamos consuelo y comprensión. Sus palabras son un cúmulo de sabiduría y riqueza que desborda en gratitud. Una madre enseña todos los días de la vida, y uno de los aprendizajes que más nos enriquece y aporta sentido es el camino es la fe.
La fe enseñada por una madre es un camino de salvación. La oración de una mamá es torrente de bendición porque es un clamor sincero, desinteresado y humilde. Es una suplica que sale del corazón y llega al corazón de Jesús. Precisamente, Jesús sabe la importancia de escuchar a una madre. Así lo demostró cuando presto atención a lo que María, su madre, le decía en las bodas de Caná cuando se había acabado el vino (Juan 2, 3-4). Él sabe que las madres tienen la capacidad de percatarse de tantos detalles, esos que a simple vista son imperceptibles, pero que una madre tiene el olfato para identificarlos y clamar a Dios por ellos.
Si una madre terrenal es capaz de mostrarnos el rostro de Dios todos los días, como no lo va a hacer nuestra madre del cielo que intercede en todo momento por cada uno de nosotros, sus hijos. María es la pedagoga de la fe por excelencia. Su vida es oración permanente, y es el referente perfecto que tenemos para aprender a orar.
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Ella hizo oración en los momentos de consolación, pero también en los momentos de desolación; en tiempos de prueba se confiaba solo en Dios. Entendía que el camino de Jesús no nos solo palabras, sino que son actos concretos de fe. Por eso siempre se aventuró, dio pasos, obró acorde a su misión y voluntad divina.
María se apropia de su papel como madre de la iglesia que acompaña y guía. Ella espera en el Señor y se deja sorprender por él. Por eso, frente a nuestras preguntas sobre cómo orar, ella nos acompaña de la mano hacía Jesús y nos va mostrando, con el ejemplo, cómo esperar en el Señor e ir trabajando en lo que nos corresponde mientras llevamos el hilo conductor de la oración en nuestra vida.