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La esperanza cristiana se basa en Jesús, no en el mundo – Viernes Santo

La esperanza cristiana se basa en Jesús, no en el mundo

Hay una frase muy conocida: “Lo único que tenemos seguro en la vida es la muerte” y si bien es real, creo es una expresión a la cual no se le ha sabido dar el verdadero sentido.

Basados en que moriremos, hemos recibido sugerencias para que aprovechemos la vida, y muchas veces no de una manera sana, sino que, en nombre del tiempo que se va y no vuelve, hemos propiciado comportamientos nocivos tales como: soberbia, avaricia, envidia, egoísmo, ira, lujuria, gula, pereza, etc. Y todo esto, nos ha llevado a vivir anclados a la fragilidad de la esperanza terrenal.

Por esta razón, es momento de cambiar esa frase y configurarla de una manera distinta: “Lo único que tenemos asegurada es la vida eterna”. Esa es la promesa de nuestra fe: La eternidad. Esa es la promesa de nuestra esperanza.

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Jesús murió en la cruz por la salvación de cada alma, no por unos pocos. Eso quiere decir que con la muerte no termina todo.

Muere el cuerpo, pero el alma perdura para la eternidad.

Muere el contacto físico que tenemos terrenalmente, pero el alma se conecta con un estado de gozo permanente.

Y es que pensar en la muerte desde el miedo y la angustia es poner en duda el fundamento y centro de nuestra fe, porque es creer que Jesús está muerto, mas no en el poder de su victoria frente al pecado.

Si Jesús estuviera muerto, vana sería nuestra esperanza, si estuviera muerto no tendría sentido nuestra fe.

Jesús sí muere, Jesús sí fue crucificado, pero también es cierto que Jesús resucita al tercer día y está vivo. ¿En qué o en quien estamos poniendo nuestra esperanza?

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La esperanza cristiana se basa en Jesús, no en el mundo

En un mundo marcado por constantes cambios, en ocasiones llega la incertidumbre y la inestabilidad, y buscamos una fuente de seguridad y esperanza. Muchas veces, esa esperanza se deposita en bienes materiales, en el éxito profesional, en las relaciones humanas o en ideologías que prometen felicidad y plenitud. Sin embargo, la esperanza cristiana trasciende todo lo terrenal porque no se fundamenta en las cosas efímeras del mundo, sino en la persona de Jesús.

Ahora bien, escribir y leer esta verdad es más fácil que vivirla, porque cuando nos remitimos a la cotidianidad, nos encontramos con una cantidad de información que no sabemos cómo configurar y filtrar.

Encontramos mensajes muy marcados desde la narrativa de la libertad del ser humano y la posibilidad de que todo fluya desde el amor propio. Nos llega toda esta información a través de las series de televisión, el signo zodiacal, las películas, las novelas, los realities, y con la revolución de las redes sociales, una gran cantidad de personas levantan su voz en videos y reels.

En esta saturación de mensajes, nos podemos preguntar. ¿cómo saber si estoy viviendo con la esperanza puesta en Dios o en el mundo? ¿hasta qué punto debo esperar sin rendirme? ¿cómo identifico si estoy viviendo en la voluntad de Dios o en mis planes? ¿Cómo pasar de la muerte a la vida?

  • La esperanza del mundo es pasajera y condicional
  • Las promesas humanas son intermitentes, las de Dios son firmes y constantes.
  • Todo lo que es humano es limitado y sujeto a cambios. Todo lo que es divino no perece.
  • Las riquezas pueden perderse, la salud puede fallar, los planes humanos pueden desmoronarse en un instante

Claves para identificar donde está puesta mi esperanza.

1). Pensamientos recurrentes:

¿En qué pienso la mayor parte del tiempo? Si mi mente está constantemente enfocada en lo material, el éxito o la aprobación de los demás, es posible que mi esperanza esté puesta en lo temporal y no en Dios.

2). Reacciones ante las dificultades

Cuando enfrento problemas, ¿mi primera reacción es la ansiedad y la desesperación, o confío en que Dios tiene el control? La manera en que reacciono ante las crisis revela dónde he puesto mi seguridad.

3). Lo que más valoro en la vida

¿Qué es lo que más me motiva y me da sentido? Si mi felicidad depende de logros, posesiones o personas, debo cuestionarme si mi esperanza está verdaderamente en Cristo.

4). Prioridades diarias

¿En qué invierto mi tiempo y mis recursos? Si busco a Dios en la oración, la lectura de su Palabra y la vida sacramental, mi esperanza está en Él. Pero si priorizo otras cosas por encima de mi relación con Dios, tal vez esté poniendo mi confianza en el mundo.

5). Dónde busco consuelo y fortaleza

Cuando me siento triste o desanimado, ¿busco refugio en la presencia de Dios, o intento llenar el vacío con distracciones como el entretenimiento, las redes sociales o el consumo material?

6). La actitud ante el futuro

¿Vivo con miedo y preocupación constante por lo que vendrá, o tengo paz porque confío en la providencia de Dios? La verdadera esperanza cristiana se manifiesta en la serenidad y la confianza en que Dios tiene un plan perfecto.

7). Relación con los bienes materiales

¿Estoy aferrado a lo que tengo, temiendo perderlo, o soy generoso y desprendido porque sé que mi seguridad no está en lo material sino en Dios?

8). Cómo concibo y afronto la muerte y la eternidad

¿Veo la muerte con temor o con la esperanza de un encuentro con Dios? La forma en que percibo la vida eterna revela dónde está puesta mi confianza final.

Jesús es el fundamento de nuestra esperanza

A diferencia de la esperanza del mundo, la esperanza cristiana está anclada en Jesucristo, quien es el mismo ayer, hoy y siempre (Hebreos 13:8). Él es el fundamento firme que no cambia ni decepciona. Su amor, su misericordia y su poder son inquebrantables. La promesa de la vida eterna y la certeza de su fidelidad nos permiten afrontar cualquier adversidad con confianza y serenidad.

Jesús nos asegura: «En el mundo tendrán tribulación, pero confíen, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Con estas palabras, nos recuerda que nuestra esperanza no está en la ausencia de problemas, sino en la certeza de que Él ha vencido toda adversidad y nos acompaña en cada momento de nuestra vida.

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Cuando nuestra esperanza está puesta en Cristo, nuestra manera de vivir cambia. Ya no nos aferramos con ansiedad a lo terrenal, sino que aprendemos a confiar en la providencia divina.

Esta esperanza también nos impulsa a ser testimonio de Cristo en el mundo. No nos dejamos llevar por el pesimismo, por los pensamientos de muerte, ni por el miedo, sino que irradiamos la alegría y la confianza que vienen de saber que el Señor tiene el control.

El apóstol Pablo nos exhorta: «Si nuestra esperanza en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más dignos de lástima de todos los hombres» (1 Corintios 15:19). Nuestra esperanza no se limita a este mundo, sino que se extiende a la vida eterna. Jesús nos ha prometido un hogar en el cielo y una felicidad plena que nunca terminará.

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Vivir con la mirada puesta en la eternidad nos ayuda a afrontar las pruebas con fortaleza, a perseverar en la fe y a encontrar sentido incluso en el sufrimiento. Sabemos que nuestra vida en la tierra es solo un peregrinaje y que nuestra verdadera patria está en el cielo (Filipenses 3:20).

Que nuestra vida refleje siempre esa confianza plena en Jesús, para que, a través de nuestro testimonio, otros también encuentren en Él la verdadera esperanza.

 

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